Manifiesto: Pilar Sordo, psicóloga

por Andres Muñoz

Somos el único país hispano donde los más chicos piensan que se disfrazan para el 18 de septiembre. Hay que ir a buscar el disfraz de huaso al supermercado. Le dices a una guatemalteca que su traje tradicional es un disfraz y es capaz de matarte a balazos. Nos falta pasión por nuestras tradiciones. No puede ser sólo para la comida y el copete. Me sorprende mucho que a mediados de agosto te empiezan a avisar que vas a subir cuatro kilos y que vas a sufrir gastritis para el 18. Porque de alguna manera está la concepción de que el 18 es una oportunidad donde vamos a intoxicarnos comiendo y tomando. Si no haces todo eso, significa que lo pasaste mal y más encima eres fome, porque no te metiste en el circuito. Debe dar vergüenza bailar cueca, porque no se sabe bailar. Yo aprendí a bailar cueca desde muy chica. Incluso, gané un concurso en la región y fue una experiencia preciosa.

Sordo es un apellido divertido para lo que hago, que genera miles de tallas, burlas y todo tipo de cosas. Y que fue así toda la vida, desde el colegio. Me molestaban. Era muy divertido para todos, porque si pasaban la lista de curso en las mañanas, el curso entero decía: “Repita, señorita, porque la Pili no escucha”.

Yo nací fregando a mi papá. El, como buen descendiente de español, machista, siempre renegó de no tener hijos hombres. Siempre quiso que su primogénito fuera un hombre, para que el apellido se mantuviera. La fecha original de parto de mi mamá era el 23 de octubre, que es la fecha de cumpleaños de mi papá. Entonces, yo iba a nacer el día de su cumpleaños y, además, hombre. Bueno, al final terminé naciendo el día antes y fui mujer. Es divertido, porque hoy día le digo: “Papá, qué loco cómo la vida te mostró que no era necesario que fuera hombre para que el apellido fuera conocido. Porque hoy día al país que tú vayas de Hispanoamérica y hables de mí, te van a decir: ‘Ah, la Pilar Sordo es tu hija’”. Y siempre se queda callado y me dice: “Sí, me equivoqué”. Súper lindo.

En mi familia no estaban muy contentos cuando opté por la psicología. Era raro, muy reducido, había prejuicios de que al psicólogo iban los locos, no había mucho trabajo. Todo eso lo escuché en mi casa. Sólo fueron cambiando de opinión en la medida en que vieron que amaba lo que hacía. Ser abogada, que era la otra opción, me conectaba con partes del ser humano que yo no quería conocer, las partes más negras, a esto del cómo embarro al otro, el de ganar, la competencia, de tener que mentir, a lo mejor, para defender. La psicología siempre me va a conectar con la parte más luminosa del ser humano. Yo puedo estar conversando con un pedófilo y de una manera conocerle el lado más sensible a él.

No tengo por qué gustarle a todo el mundo y, generalmente, ocurre que la gente que critica mi trabajo descarnadamente o prejuiciosamente jamás ha leído uno de mis libros y nunca ha ido a una conferencia. Siempre es un prejuicio que viene desde la ignorancia. Me pasa muy frecuentemente que hay personas que van a las conferencias y después se acercan a decirme: “Te vengo a pedir disculpas, yo antes pensaba que eras livianita y la verdad que lo que dijiste me hizo cambiar la visión”. Sí, es difícil recibir críticas. Pero tampoco es tanta la crítica, siempre se nota más lo malo que lo bueno. Yo me quedo más con el cariño de la gente y con el reconocimiento de mi duro trabajo. Prefiero quedarme con eso. La crítica duele cuando es mentira, cuando tú ves que descarnadamente mienten con una facilidad casi actoral. Eso duele.

Si a mi generación le costó vencer los miedos y salir a exigir cosas, a ésta le falta la prudencia. Que es regular esa rabia, protegerse de los miedos y entender el bien del otro. Una vez me tocó conversar con un adolescente que participaba en el Día del Joven Combatiente. Yo le decía: “Tú destruyes el paradero donde se para tu mamá a esperar la micro todos los días para trabajar. Y a ti no te importa nada”. Y él me decía: “Pero es que hoy se puede. Hoy es el día para putear y se puede”. Y eso, a escala, siento que somos un país que tiene muy poca consideración del otro. Que no lo respeta, que no lo valora, que si puede adelantarse en la cola del banco se adelanta, que si puede insultar al otro porque hizo una mala maniobra manejando, lo hace.

Me ofrecieron ser ministra del Sernam del gobierno de Piñera y lo rechacé. Lo que le dije a la gente de su equipo fue que yo he atesorado y trabajado mucho por la transversalidad. No tengo color político. Yo no soy de derecha ni tampoco soy de izquierda. Concuerdo más con algunos valores socialistas y alguna cosa de derecha que implica algún orden. Si yo hubiese aceptado ocupar ese rol dentro del gobierno hubiera quedado adscrita como de derecha. Porque, además, tengo estereotipo de derecha. Físicamente hablando. Esta cosa del pelo así, de siempre peinada igual, como que parezco conservadora, pero no tengo nada de eso.

Estoy absolutamente de acuerdo con el matrimonio homosexual, no veo por qué no. El amor no tiene género; la condición de homosexualidad, que es una condición que se descubre, tiene el mismo derecho de amar y de tener isapre, testamento, etc. Y estoy de acuerdo también con darle derecho a adopción. Los heterosexuales nos hemos mandado tantas embarradas con la educación de nuestros hijos, que por qué no les vamos a dar la oportunidad a los homosexuales para que lo hagan mejor que nosotros. Probablemente, van a estar atentos a ciertas variables que -dentro de la soberbia de la heterosexualidad- nunca hemos considerado.

Nací ahí en Temuco, en La Araucanía misma, y siempre me hice la pregunta de por qué nunca un mapuche me fue a hacer clases al colegio. Me habría gustado saber cómo una mujer mapuche vivía la menstruación, cómo conviven. ¿Qué costaba tener a una mapuche por colegio enseñando su propia cultura? ¿Por qué los letreros en Temuco no están en español y en mapudungún? Son pequeñas cosas, pero esto es mucho más profundo que el tema de las tierras, tiene que ver con empezar a incorporar dentro de la cotidianidad a los mapuches. Hay que dar gestos concretos.

La gente que critica el concepto de autoayuda se coloca en un lugar de una soberbia espectacular. Todo el mundo necesita ayuda. Y voy a citar a Borges que decía que “un libro se salvaba por una línea”. Y siento que si alguien escribe, que puede ser un muy mal libro, pero a alguien le hace clic un párrafo, el libro tiene mucho sentido. Mis libros estrictamente no calzan dentro del concepto de autoayuda, porque por definición la autoayuda la escriben personas desde sí mismas para aconsejar. Yo no hago eso. Yo transcribo investigaciones. Pero si me tienen que ubicar, ubíquenme ahí. Me da lo mismo, no me importa dónde me tengan que ubicar.

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