Silvia Sisto

Un sueño mío y compartido con muchos otros que nos autorizamos a soñarlo: el sueño del trabajo comunitario y en territorio en el respeto por la diferencia y la escucha: en red. En mi caso con el psicoanálisis como herramienta. Y con una experiencia muy intensa que lleva ya varios años. A través de la Red: Otro Lugar, conocimos a Propuesta Tatu (www.pro puesta-tatu.com.ar) una organización de médicos argentinos que se han formado en medicina comunitaria en la Escuela Latinoamericana de Medicina en Cuba y que, de vuelta en la Argentina, prestan asistencia en zonas que necesitan urgentemente servicios médicos y sociales, en zonas de tierras tomadas. Es un equipo muy amplio de profesionales y colaboradores que operan con el objetivo de que “la toma se transforme en un barrio y que no entre la droga y el delito”. “Tatu” se llamó al Che Guevara en el Congo; de allí toma su nombre Propuesta Tatu.

La presencia de Propuesta Tatu, con los médicos (actualmente también de la UBA) psicólogas (UBA), trabajadora social (UBA), educadores (estudiantes de Chile), alfabetizador y profesor de historia que utiliza el método cubano, del programa “Yo sí puedo”; enfermeras comunitarias, colaboradores y los recursos de planes y derechos que se van adquiriendo marcan puntos de amarre, en este caso para los vecinos del barrio 14 de Febrero, de Longchamps, en el sur del gran Buenos Aires, donde Propuesta Tatu viene trabajando desde hace varios años desde la solidaridad y el voluntariado.

Allí, desde lo que llamamos el equipo de salud mental, fuimos construyendo un espacio de consulta muy diferente del que solemos considerar como tal. No fue sin un trabajo interno y externo de solidaridad, de constancia, de confianza y de equipo. Lo conformamos: dos psicólogas, una trabajadora social y dos enfermeras comunitarias pobladoras del barrio, sin contar con el ramillete de niños que obligan, en el mejor de los sentidos, a un taller de juegos cada miércoles por la mañana. De algún modo ellos también son del equipo, ya que aunque no tengan consulta o sus padres no vengan, se acercan a jugar, a contar y muchas veces a pedir ayuda. Muchos niños llegan solos y detrás corriendo sus madres: “Es que hoy vienen las psicólogas” le dijo Rut a su mamá y salió corriendo. Seguramente, para los niños de esta toma, “ir a la psicóloga” es mucho más que lo que estamos imaginando. Tuvimos que ampliar nuestro imaginario.

Para tratar de reflexionar sobre esta experiencia, me voy a detener un poco sobre eso que llamamos “desamparo”, y voy a considerar como necesaria la conciencia del desamparo: condición de posibilidad para poder trabajar en forma eficaz en territorio vulnerable y vulnerado. Ser consciente de nuestro propio desamparo, para no ubicarlo desmedidamente en el otro, es necesario, arma nuestro síntoma vital; sin síntoma no hay vida. El trabajo en red, desde posiciones subjetivas afectadas por esa vitalidad de la propia vulnerabilidad, soporta las contingencias; eso azaroso que nos atañe. Tolera lo imposible; lo traumático que esta práctica implica con cierta desmesura. Construye lo posible y muchas veces, en esa red, el sujeto asoma. En ese instante imposible y fugaz, donde “ir a la psicóloga” o “ir a la salita” abre su plurisemia, amplía sentidos.

Entre tanto alboroto, en “la salita” construida por los vecinos y sostenida por ellos, también es necesario alguien que asista; las leyes, los recursos, los programas, son asistencia. Algo con lo que no contábamos hace unos años: “los Planes Sociales”. Interesante homofonía se produce en los relatos de quienes consultan: tener planes, hacer planes, recibir o dar planes... Plan Nacer, Plan Progresar... ¿Con esto alcanza? Seguro que no, pero tenemos una oportunidad única de hacer planes con los Planes. Tal vez se trata de hacerlos entrar en trama, en discurso, en polifonía. Rechazar, repudiar o elidir, muchas veces desde el prejuicio, son modos que sólo empeoran las cosas, que para muchas personas ya están muy mal. Son recursos, y nos asisten si están bien usados, a los que intentamos acotar la desmesura y a los ciudadanos sin derecho a planear. Ese fue el derecho más vulnerado. Poder planear el futuro.

Tener casa y comida, algo que parece tan básico, para mucha gente es la lucha cotidiana, una lucha por la supervivencia. Salen a tomar la tierra en busca de un lugar donde vivir, todas las otras posibilidades ya se agotaron si es que alguna vez existieron. Dichos recursos del Estado nos asisten de la mano de algunos actores sociales. Ese es un gran y nuevo elemento de trabajo y movilización de posiciones subjetivas arrasadas sin ya nada que reclamar. En todo caso, ahora, hay un derecho. Entonces, asistencia y escucha se anudan en un punto muy interesante, el derecho a algo, también a la palabra. Para reclamar hay que hablar, pedir, gestionar, luchar de algún modo. Construir en palabras un relato interno, y hacer lugar a que ese relato se construya. Es bueno que los actores sociales sean muchos, que se dividan las funciones, que se arme red hacia afuera y hacia adentro de los equipos. No hay otro modo, como señala Laura Lueiro en su texto “Nadie se salva solo”, sobre las violencias.

Y así muchos hombres y mujeres se levantan de la cama, atravesando sus depresiones, y van en busca de sus derechos. En muchos casos, en la mayoría, esta búsqueda es vital. Hay que legalizar situaciones, anotar a los chicos, documentarlos, mandarlos a la escuela, llevarlos al médico. Todo eso hizo colapsar muchas instituciones educativas y de salud; obviamente no alcanzan, y ahí muchas organizaciones sociales compensan, emparchan, ayudan, instalan modos diferentes. Como “La Salita” de Propuesta Tatu.

Y en medio de tanto movimiento aparece la palabra; tibia, tímida, arrasada, alegre, risueña, infantil... El arte consistirá en que ese relato que los habita sea recuperado. Los psicoanalistas también podemos encontrar un modo de ejercer nuestra práctica allí, en la desmesura de horas, días, noches, barro, desalojos, llantos, partos, muertes, todo bañado con esas cosquillas del habla que nos dan los relatos que cada cultura transmite. Y cuando no los hay, hay que construirlos, jugando, armando talleres, soñando en un sueño compartido. Soportando el silencio. Ese condimento no lo aportan los recursos sociales ni los planes sociales per se. Los sueños son otra cosa, y, cuando solo se tuvo pesadillas, apostar es muy difícil, hay que generar confianza. La confianza es un sentimiento poco trabajado, se lo da por descontado. Sin embargo, a la hora de cualquier tratamiento, es la base de donde partir. La apuesta requiere contar con la posibilidad de la pérdida y aquí hay demasiada. Siempre la intervención es de riesgo. La confianza es uno de los nombres que Freud da a la transferencia, confianza en la palabra, en el saber. El arte será lograr que esa confianza una vez construida circule y se instale “entre”: la confianza no es de nadie, como el desamparo.

Una mamá trae a la consulta a su hija de 9 años porque en el colegio se porta muy mal y no aprende. Conversamos. La niña cuenta que no tiene ningún lugar donde guardar sus cosas, su mochila es su casa, como un caracolito. De una caja con muchos objetos maravillosos que vamos juntando en “La Salita”, saqué y le regalé un monederito y una cartuchera. Y me dice: “Cuando tenga plata te lo pago”. Lo dice con mucha dignidad. Se me anudó la garganta y le dije: “Es un regalo”. Y le aclaré que ya sé que mucha gente no recibe regalos. Me abrazó, nos abrazamos. Le expliqué entonces que esos objetos son regalados por otros nenes que ya no los usan, lo cual es cierto. Varios de mis pacientes de consultorio, hijos, sobrinos, han donado sus juguetes para los niños de esta toma de tierras. Generalmente vuelven fotos y agradecimientos. Se arma algún tipo de lazo solidario. En el caso de la niña me parece importante el despliegue del diálogo, no quedó en un dar y recibir. Con mi relato, di argumentos, generé confianza, ese regalo no era un soborno. Entonces ella cuenta que cuida a sus hermanos y sabe cocinar desde los cuatro años. Su mamá trabaja mucho, su papá está recluido. Ella, la mayor, hace todo. Esta niña/madre sabe lo que no quiere, pero la idea de que el monedero viene viajando de mano en mano, de cartera en mochila, le pareció diferente. Era un “monedero viajero” que ella portaba ahora. Pudo así aceptar un regalo. ¿Momento de ecuación simbólica? ¿Instalación de la deuda? Al irse me dice: “Cuando cumpla años te voy a invitar y te voy a venir a buscar para que sepas llegar”. Parece que el regalo funcionó como tal. Quedó en deuda amorosa, me invita a su cumple y me va a venir a buscar. No quiere dejarme sola, tal vez ella empieza a sentir que ya no lo está.

Un taller “Para hablar de nuestras cosas”, así se llamó. Hago una breve digresión: los talleres que indican el síntoma –abuso, violencia, maltrato, alcoholismo– en general son rechazados. En una comunidad donde todos se conocen, es una especie de confesión que genera vergüenza y malestar ante los otros. Además de cierto grado de peligrosidad, si el agresor se entera de que la mujer concurrió allí. Por eso, después de un diagnóstico de la situación del barrio, decidimos llamarlo así. Bueno, una muchacha que participa en el mismo cuenta que vivió en la calle. El desalojo –un temor muy recurrente y latente– es para ella volver a la calle, no hay otro lugar. La toma aparece como posibilidad de tomar y tomarse. No duerme, vive en alerta. En una de las entrevistas individuales que surgen a partir del taller, dice: “Mi vida tiene mucho desaliento” y se quiebra en llanto. Me llama mucho la atención esa palabra, es delicada, es casi poética, tal vez su síntoma se hace presente allí. Trabajar el “desaliento” de esta muchacha produjo rápidamente alivio en su relación con sus criaturas y de éstas con su propio mundo, sus infancias. Se sumó a colaborar en una actividad de “La Salita”, pero esto fue posible porque Tatu está en el barrio, hubo talleres donde ella participó y se sintió en confianza. Ella no tenía “aliento” para ir afuera de su barrio a consultar, ahora en su barrio hay una salita que la alienta. Ella empezó a formar parte de otras escenas. Construir escenas allí donde no hay alojamiento, donde el desamparo lo es en varios sentidos, nos permite seguir cuidando ese sueño compartido de usar nuestra práctica para mejorar condiciones de vida de la gente, reparar nuestros desamparos, aprender, transmitir y vitalizar el psicoanálisis que trabaja en y con los bordes. Es hacer prevención en salud mental.

Cuando nos acercamos a Gino Straforini, coordinador de Propuesta Tatu, con nuestra idea de colaboración, muy amorosamente nos dijo: “Sueñen... sueñen...”, y aquí estamos soñando ese sueño de la construcción social que se oponga a tanta soledad. Para que estar solo sea esa construcción subjetiva producto de haber estado acompañado. Ese modo que Winnicott precisó tan bien, “desarrollar la capacidad de estar solo”, que se logra en la cercanía con el otro.

Toda esta práctica encuentra hoy su amparo en la nueva Ley Nacional de Salud Mental 26.657, que en su Artículo 3 dice: “En el marco de la presente ley se reconoce a la salud mental como un proceso determinado por componentes históricos, socio-económicos, culturales, biológicos y psicológicos, cuya preservación y mejoramiento implica una dinámica de construcción social vinculada a la concreción de los derechos humanos y sociales de toda persona”.

* Psicóloga UBA. Psicoanalista. Miembro de la Red Otro Lugar. Colaboradora de Propuesta Tatu. Supervisora externa de trabajo territorial de equipos en la Dirección de Salud Mental del municipio de Moreno.

Leave a Reply