Los dibujos que la niña no hizo y los indicadores de abuso que no …

Ayer se desarrolló el segundo capítulo en la que definirá la historia procesal de la psicóloga Daniela Lezcano, acusada de falso testimonio agravado y falsificación de documento privado. Dicha imputación vino acompañada al juicio de pruebas y testimonios que al entender del fiscal resultan claros como contundentes. Así quedó en evidencia en la primera de las jornadas con el comparendo de la mamá de la menor involucrada y las policías que recepcionaron la primigenia denuncia.

Y ayer no sería la excepción. La abuela de la niña primero, y el perito psicólogo –actualmente concejal- Adolfo Loreal después, inclinarían la balanza a favor de la hipótesis acusatoria. Sólo el correr de los testimonios y la habilidad del defensor, Carlos Zimerman, podrán cambiar el rumbo de un panorama hasta aquí complicado para la controvertida psicóloga que supo autodefinirse en el fragor de su polémica con los actores judiciales como una perseguida política de un sistema que dijo –dice- combatir.

Lezcano entró al recinto en soledad. Lejos quedaron aquellas adhesiones que ella misma supo difundir e incluso convocar a movilizaciones callejeras. Apenas su abogado defensor y su hija que estoicamente la acompañaría a lo largo de una nueva y extensa audiencia. Enfrente, el fiscal Marcos Eguzquiza, quien abriría el interrogatorio con la abuela materna de la niña, quien no haría más que replicar aquella densa, delicada y dolorosa historia contada por su hija, en que se vieron involucrados a partir del asesoramiento de quien era la terapeuta de la niña por consejo de la escuela por los comportamientos antisociales con sus pares, compañeritos del jardín.

 

La mirada de abuela

 

Profesora, docente jubilada, la mujer que acompañó a su hija a lo largo de todo este complejo derrotero se sentó frente a los jueces y dejaría mal parada a la acusada, a partir de sus propias vivencias con su nieta y lo que ella pudo experimentar de lo que fue sucediendo una vez disipadas las dudas de que aquello que se había denunciado no era verdad. Que su única nieta había sido manipulada para decir lo que ahora, pasados los años, aún no entiende porqué “Daniela le dijo que dijera contra su papá”.

Creíble en su relato y sincera en sus apreciaciones, la mujer repetiría la historia contada primero por su hija, acerca de cómo terminaron entrevistándose con la psicóloga y denunciando al papá de la niña, para luego dar cuenta desde su óptica que aquellos “famosos” dibujos que Lezcano presentó como hechos por su nieta no eran de su factura. Ella conocía sus trazos, su manera de dibujar las figuras y aquello que se le presentó frente a sus ojos no tenía relación con lo que casi cotidianamente hacía su nieta en su casa, cuando estaba a su cuidado.

Precisamente en medio del interrogatorio se le expusieron los dibujos oportunamente incorporados al expediente y la mujer fue tajante: “ella –su nieta- no dibujaba así”.

También respondió sobre sus sensaciones cuando fue anoticiada del presunto abuso. Recordó que Lezcano los convocó a los cuatro abuelos para afirmarles que su nieta había sido abusada por su papá, lo que generó en ella un shock indescriptible. “Como que se me abrió el piso y quedé en el abismo. Quedé así de chiquita (acercando sus dedos índice y pulgar al tamaño más diminuto) intentó graficar la mujer.

También reseñó que al decir de su hija, fueron casi empujadas a realizar la denuncia por la propia psicóloga. Repitiendo la misma frase endilgada a Lezcano: “si no hacés la denuncia vos, estoy obligada a hacerla yo…y corrés el riesgo de que te quiten la tenencia de la nena”.

La abuela fue también testigo cuando se realizó la primera de las entrevistas con el perito de menores, el psicólogo Loreal, quien a su vez luego realizaría la cámara gesell. Allí coincidiría con aquel virulento episodio en el hall de la oficina del funcionario judicial de menores, cuando Lezcano a los gritos y frente a la niña se quejaba por la presencia “del violador”, por el papá junto a su abogada y familiares.

El vendaje se cayó

Sobre la cámara gesell, la abuela resultaría otra vez contundente. Dijo que siguió atentamente todo lo que sucedió en la entrevista y lo que respondía su nieta. “Ahí se me cayó el vendaje de los ojos”, nada había sido cierto. Es más, no dejó de subrayar aquel suceso en que una vez culminada la cámara gesell, la niña salió y fue a los brazos de su padre, queriéndose ir con él, pero que por consejo de Lezcano no la dejaron.

Tampoco obvió recordar “la furia” de la psicóloga cuando se enteró del resultado de aquella cámara gesell, diciéndoles que había que apelar a otra instancia y para ello ofrecía un abogado marplantense.

La exposición que se prolongó por casi un par de horas, cerraría con el recuerdo de la abuela detallando que una vez culminada aquella controvertida historia con Lezcano, la niña fue derivada a otra terapeuta (Castorino –próxima testigo a escuchar el venidero martes-), a quien la niña le confió que “Daniela me dijo lo que tenía que decir”.

La mujer no pudo evitar las lágrimas al recordar aquel dispendio de entrevistas y sucesos vividos por su nieta. Como aquel que pasados los años, más cercanos a este presente, su nieta en el asiento trasero del auto que ella conducía le dijo “Yo no sé por qué Daniela me dijo esas cosas”…”.

Ella –dijo la abuela- tenía miedo que el papá estuviera enojado por lo que había hecho, en medio de aquel proceso de revinculación una vez disipada aquella tormenta contaminada de intereses espurios, personales, en detrimento de la salud de una niña que ya dejó de usar aquella varita mágica y la pesada mochila que Lezcano le legó.

El martes próximo, entonces, se dará continuidad al juicio con más testigos a interrogar. Ayer no quedaba más que escuchar al propio Loreal (ver aparte) y una especie de contrapunto con su colega sentada en el banquillo de los acusados.

El tiempo de los psicólogos

Pasado el mediodía sería el tiempo de una pieza clave en el proceso arribado a juicio. El psicólogo Adolfo Loreal, quien por esos años era funcionario de la Asesoría Pericial comparecería por lo que él protagonizó. Acerca de aquellas entrevistas con la niña involucrada en un caso de presunto abuso y la cámara gesell en la que “nada surgió. Ya no había nada más por indagar en una nena que no tenía nada por decir y por ello se arribó a la conclusión que “enfureció a Lezcano” –al decir de la familia materna-. No había indicadores indirectos ni muchos menos directos de abuso.

Claro que dichas conclusiones tuvieron el pedido de explicación de las partes y, fundamentalmente, de la defensa, habida cuenta que lo informado por Loreal se diferenció de la primera perito del Juzgado de Familia (Dupleix) que sí había notificado a su entender que había indicadores indirectos en la niña de un posible abuso y, en consecuencia, merecían medidas restrictivas para con el posible responsable.

Sobre las discrepancias entre colegas, Loreal se limitó -extensamente por cierto- a reseñar sus técnicas de abordaje para con las entrevistas y que a su criterio no era compatible lo que había plasmado en un informe su colega de Familia. Mientras que ésta hablaba de un relato coherente, para Loreal no lo era. Para lo que Dupleix merecía ser tomado como un indicador, para Loreal no.

Ni que hablar cuando las discrepancias sobrevolaban entre su labor y la de la psicóloga Lezcano, quien con gestos o incluso entrometiéndose en el propio interrogatorio de su defensor, marcaba sus diferencias para con el criterio del experimentado psicólogo tandilense.

No por casualidad, Loreal en cada respuesta y buscando explicaciones sobre su labor e intervención y el protagonismo de Lezcano, ejemplificó con casos emblemáticos y contemporáneos el ahora en el recinto ventilado. Más precisamente citaba el caso Gonzalo, para lo cual el defensor mostraba su fastidio por querer introducir en el debate un asunto que no estaba dentro del proceso en discusión.

Fue claro Loreal al referirse a cómo deben utilizarse los dibujos que realice la menor y de qué forma, dejando en evidencia que las formas utilizadas por la licenciada acusada no eran los que establece el protocolo.

También con algo de sutil picardía (habida cuenta de las diferencias públicas entre ambos profesionales) Loreal respondería sobre lo perjudicial para una menor que viera a su papá en la antesala de una entrevista en la que tenía que contar el presunto abuso de aquel. El hoy concejal diría que ello resultaba un prejuicio y que dependía de cada caso, sin obviar señalar que más perjudicial era exponer a la niña en una marcha y dejarla fotografiar en los medios en un pueblo como Tandil.

También respondió sobre un dibujo en que la niña habría representado a su padre con formas de un chancho. “No alcanza una figura de chancho para hablar de abuso”, señaló, añadiendo que la figura de chancho en un niño puede tener más que ver con que representa a su papá –en este caso- con groserías que hacen a sus modales a una interpretación sexual. Que una niña hable de chanchadas y relacionarlo con algo sexual parece más una versión de un adulto que de una menor.

Interpretaciones van, interpretaciones vienen, Loreal desplegó todo su bagaje ante la incredulidad y hasta discrepancias del defensor y su clienta. Como en otras ciencias, la psicología más que otras, resulta sensible a las subjetivaciones y miradas sobre un mismo hecho, aunque hay protocolos, formas de trabajar comunes que no debieran apartarse, y mucho de eso quedó flotando en el aire sobre lo que protagonizó Lezcano, quien ya fuera sancionada por el mismo colegio de psicólogos por este tipo de conductas.

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