La Psicología como campo de integración de saberes

Julio Vallana / De la Redacción de UNO
jvallana@uno.com.ar

La amalgama de saberes de distinto origen en el diagnóstico, conocimiento y terapia psicológica, lejos de resultar una tendencia esnob se consolida y amplía con sólidos fundamentos y resultados, y muestra como único límite los prejuicios lógicos que genera el cambio. Antes de su paso por la universidad, la psicóloga Adriana Retamoso ya transitaba el camino de la meditación, era consciente del poder de la intuición y consultaba el I Ching, lo cual luego –tras formalizar los estudios académicos– amplió con la formación gestáltica –factor determinante para esta confluencia–, la de constelaciones familiares y Psicogenealogía, el análisis de los sueños, el Tarot madre paz, la lectura del aura y técnicas de integración de los hemisferios cerebrales. Una interesante muestra de apertura mental y pragmatismo, tan necesarios en tantos ámbitos.

“Ciudad” de San Agustín

—¿Dónde naciste?
—En Paraná, en la Clínica Modelo.

—¿Dónde viviste en la infancia?
—En San Agustín, donde todavía vivo.

—¿Qué zona?
—Cerca de las avenidas Galán y Montiel. Siempre estuve cerca de allí aunque me fui mudando.

—¿Hasta cuándo estuviste en la primera casa?
—Hasta los 9 o 10 años, después estuve dos o tres años en el centro, y volví.

—¿Cómo era la zona donde vivías?
—La recuerdo porque jugábamos con las vecinas en los patines y las bicis. Era un lugar de mucha libertad porque se podía jugar afuera sin horarios, más allá de que estaba el horario de la leche y de la torta. En lo de una vecina había un bosquecito de muchos pinos donde jugábamos a escondernos.

—¿Cuáles eran los límites permitidos?
—Solo esa vueltita, dos o tres cuadras.

—¿Algún personaje?
—Me acuerdo de los vecinos: el despensero –que hasta hoy está– y la señora de la casa de los pinos –que nos permitía jugar allí. Éramos varias familias que vivimos muchos años en el mismo lugar, cuyos hijos coincidíamos en edades, así que cuando no íbamos a una casa, estábamos en la otra, yendo y viniendo.

—¿En esos años cambió en algo el lugar?
—No, fue después, cuando volví del centro y encontré que había más casas y gente, con vecinos nuevos y un ritmo distinto.

—¿Cómo atravesaste lo de irte del barrio?
—Me fue fácil porque comencé con otras actividades que en el barrio no hacía: el club y maestra particular. Me vinculé con otras personas, que eran vecinos.

—¿Extrañabas?
—Sí, la libertad de estar en la vereda y patinar en la vereda –que en el centro es imposible. También el tomar colectivo para ir a la escuela era algo nuevo.

—¿Cortaste estas actividades y vínculos al volver a San Agustín?
—No, porque comencé a estudiar inglés, lo cual me permitía venir y volver.

—¿Qué deportes practicabas en el club?
—Comencé básquet y natación, aunque ya sabía nadar. Era para estar con mis amigas. Estuve por comenzar hockey pero nos volvimos.

—¿Por qué estudiaste inglés?
—Mi mamá lo había hecho y fue una forma de conectarme con ella, descubrí que me gustaba mucho, estudié tres años y luego incorporé portugués.

—¿Qué actividades laborales desarrollaban tus padres?
—Mi mamá siempre fue ama de casa y tuvo distintos negocios: el que más recuerdo es el taller de costura y negocio de ropa, porque jugaba entre las telas y hacía lío allí, y mi papá –en esa época– era policía y estaba estudiando Derecho.

—¿Qué observás ahora como grandes cambios en la zona?
—San Agustín tiene algo que no cambia –hay muchas familias tradicionales– y otras cosas que sí. Los vecinos de la cuadra donde vivo, los conozco desde la adolescencia, veo el crecimiento en la mejora de las casas y en la actividad comercial: se abrieron concesionarias de autos, motos y hasta una sala de juego. Están construyendo una escuela y hay barrios nuevos.

—¿Alguna otra afición además del club y los idiomas?
—No, era puro juego: los patines y jugar con mis amigas, luego enganché con el estudio y no frené más.

—¿Juego predilecto?
—Los patines, hasta el día de hoy.

—¿Rollers?
—Sí, tuve que aprender.

—¿Los usás para transportarte?
—No, es un hobby, necesito que sea en un espacio abierto y sin tiempo, puro disfrute.

—¿Tus transgresiones?
—De niña –cuando estaban construyendo la casa– jugaba entre los ladrillos y hacía desastres, o con las telas de mi mamá. Cuando más grande, fumaba cigarrillos y mi papá no estaba de acuerdo, hasta que un día le dije: “Me vas a decir que nunca me viste fumando en la peatonal.” Se enojó mucho porque me había visto.

Hermano guía y proveedor

—¿Buena lectora?
—Sí, sí. Mi hermano me decía: “Soltá ese libro,” porque cuando agarraba una novela que me gustaba, no la podía soltar. Ahora hay cosas que me gustan mucho y otras que cuando son pesadas, me tomo un tiempo para leerlas o estudiarlas.

—¿Algunos libros o autores de referencia?
—En la primaria, El Principito, Ami (el niño de las estrellas) y un cuento que me dio mi hermano –el que más me gusta– Ningún lugar está lejos (de Richard Bach).

—¿Por qué?
—Me permitió abrir la comprensión a que hay algo más allá de esta vida; me encantó el final cuando dice: Nuestros padres son nuestros compañeros en una luminosa jornada por la alegría de vivir, o algo así. Todo lo que va diciendo sobre el tiempo, el espacio y los vínculos. Venía de una concepción de la cercanía física para hacer el vínculo y ahí encontré otra forma. Era muy chiquita y quise saber qué más había sobre eso.

—¿Después?
—Me fui encontrando con más cosas así, a través de uno de mis hermanos mayores, que estaba con todas esas ideas y me pasaba libros. En la adolescencia leía mucha novela policial y de detectives, una en particular que leí de corrido fue El jurado, que no recuerdo el autor.

—Es de John Grisham.
—Después comencé a leer más sobre espiritualidad, Krishnamurti y libros sobre hinduismo que me pasaba mi hermano. Yo quería hacer una formación en Parapsicología, era muy chiquita y me dijeron que todavía no, entonces mi hermano me acarreaba libros para que pudiera hacerlo.

—¿Tu hermano era una especie de guía?
—Por supuesto, era mi hermano mayor y el que me facilitaba los libros.

Mensajes e intuición

—¿Habías vivido experiencias paranormales?
—Siempre fui muy intuitiva. Desde ese primer cuento me preguntaba qué más puedo encontrar. Tenía muchos sueños y me asustaba porque no entendía lo que pasaba. Con el tiempo lo entendí.

—¿Eran temas recurrentes?
—Eran mensajes y avisos, y también cuestiones de mucha intuición.

—¿Cuándo hiciste un análisis que te permitió entenderlos?
—Después de que lo que me avisaban, sucedía, pero el trabajo más profundo fue cuando comencé a incursionar en otras herramientas y entrenamientos. Hasta ahí no me animaba a analizarlo mucho.

—¿Qué idea te hacías sobre la Parapsicología?
—¡Qué sé yo! Era como que ahí me iban a enseñar algo, era hambre de saber. Agradezco profundamente que no me hayan dejado agarrar por allí, porque mi camino fue otro.

—¿Qué vocación sentías?
—Quería ser terapeuta, psicóloga y hablar con la gente. Solo tuve una pequeña duda en 4º año.

—¿Ya habías descartado la Parapsicología?
—En realidad nunca la descarté, fui estudiando y leyendo cosas por mi propia cuenta, hasta que me animé a tomar formación con maestros y maestras. La integración de la espiritualidad y la psicología –el ser humano como ser completo con cuerpo, emociones y espíritu– vino también con mi propia maduración y con cosas que fui tomando desde un posgrado que se hace en la Gestalt.

—¿Tu hermano te dijo algo muy revelador?
—Siempre estuvo acompañándome para que descubra –sin interferir en lo que elegía. Sus libros me quedaban dando vuelta.

—¿Qué leías cuando te decidiste a estudiar Psicología?
—El I-Ching.

—¿Lo entendías conciliable con lo que estudiarías?
—En ese momento no. Sabía que quería el título y luego encontraría cómo usarlo. Hice un taller de introducción a la Gestalt –donde nos ayudaban a centrarnos y meditar– y ahí dije: esto es lo que quería. Cuando retiré el certificado, pedí un turno para mí.

—¿Mientras cursaste la carrera dudaste si continuarías?
—En el 1º año. Era muy racional y cuando escuché que dijeron que “no era una ciencia”, me pregunté qué hacía ahí. El primer año estudié en Rosario y volví cuando abrió la Uader.

—¿Cómo compatibilizabas lo “racional” con lo paranormal y esotérico?
—Siempre fueron las dos cosas y también sentía con el corazón cuál era mi camino y por dónde, lo cual tiene que ver con la intuición y el trabajo de integrarme como persona.

—¿Cómo era la relación con el I-Ching?
—Hacía preguntas que tenían que ver con mi edad; después todo fue cobrando otro peso, consistencia y seriedad.

—¿Lo tomabas como un juego?
—No, pero era una herramienta que no sabía usar y que solo estaba aprendiendo, leyendo el libro; era mucha exploración, contrastar lo que me decía con lo que me sucedía y sentía.

—¿Trabajabas mucho en tu autoconocimiento?
—Era yo y mis amigas. Trabajaba sobre mí, sino no hubiera buscado esas herramientas. Siempre fue muy fuerte el diálogo conmigo y por eso cuando llegué a la Gestalt dije: “Deme un turno,” si bien había estado haciendo terapia con quien fue mi primera terapeuta –que me acompañó mucho. Cuando encontré mi camino, seguí por la misma línea.

El arte de integrar

—¿Qué enfoque predominaba en la Uader?
—La base de la carrera en la Uader en ese momento era psicoanalítica pero siempre elegí lo que tenía que ver con lo sistémico y lo social. No me veía como una psicoanalista tradicional, entonces busqué lo que me hacía sentir cómoda.

—¿Algo puntual del psicoanálisis no te convencía?
—La base de toda la Psicología es psicoanalítica y sin el psicoanálisis no estaríamos ninguno trabajando. Pero no me hubiese hallado cómoda según mi forma y me formé en otra cosa. Durante toda la carrera busqué otras puertas y hacía un montón de cursos – porque sentía que algo me faltaba.

—¿Con la Gestalt pudiste integrar todas estas vertientes?
—Sí, fue un proceso pero la integración sigue por el resto de la vida. Pude integrar el cuerpo. Era muy racional, pensaba de determinada manera y me daba cuenta que no sentía igual. La Gestalt me ayudó a nivelar ese desfase. Comencé a hilvanarme y encontrar una forma de trabajo en la cual me sentía cómoda, fundamentalmente a través de las centraciones de la columna y el trabajo corporal. Meditaba desde la secundaria y cuando encontré esto dije: “Acá puedo hacer todo a la vez, está todo junto.”

—¿Cuáles eran tus disociaciones puntuales?
—¡Es un viaje al remeber! (risas)… Cuando era estudiante tenía muchas contracturas, entonces había algo que no cerraba; tenía muchos síntomas físicos que no podía entender y cuando entré en la Gestalt entendí de dónde venían. Con 17 años, tenía gastritis y contracturas crónicas. Gastritis no tuve nunca más y contracturas de quedarme dura, tampoco –aunque son los lugares del cuerpo donde deposito cosas. Es sanar en un nivel mucho más profundo que no tiene que ver con lo mental, aunque es algo que no es para todo el mundo. Luego me di cuenta que también podía integrar lo espiritual.

—¿Qué herramienta fue muy eficaz para la integración?
—Las centraciones, el respirar, cerrar los ojos y fijarme cómo estoy por dentro –más allá de lo que esté pensando.

—¿Te sirvió que meditaras desde antes?
—Sí y no, porque se trabaja a niveles distintos. La Gestalt es como la antesala de una relajación más profunda. Centrándome puedo llegar a un estado meditativo. Sigo meditando y es un trabajo de limpieza cotidiano.

—¿Qué formato lograste como terapia, teniendo en cuenta todos esos elementos?
—Es como aprende a andar en auto: al principio tenés que pensar cómo ponés la primera y apretás el embrague, y después sale más natural. Con todas las personas no es igual, no hay una entrevista igual a otra, depende cómo están, cómo llegan y qué quieren, aunque hay datos básicos que siempre pregunto a todas las personas, los cuales me ayudan a ubicarme en su historia vital.

—¿Cuál de las herramientas o elementos no académicos te resulta muy útil?
—La luz solar es fundamental.

—¿Por qué?
—Cambia mucho una entrevista cuando es de día. De noche, la energía baja.

—¿Por los ciclos y biorritmos?
—Exactamente, entonces la información aparece con otra cualidad, tiene otra densidad. Siempre intento trabajar de día y es lo que sugiero a los demás.

—¿Qué otras personas fueron importantes en tu formación, además de tu hermano?
—Mi primera supervisora –María Marta Pesce, que es mi mejor amiga– fue la primera que me formó en cuanto a grupos –antes de recibirme– y después muchas personas me ayudaron: Ana Wainer –en el trabajo con sueños–, Silvana Musso, Gabriela Perottino, Gabriela Achur y Sonia Solari, Ernesto Vitale, Silvana Ansaldi, Jorge Genzone, al igual que maestros espirituales.

—¿Qué vinculación hay entre lo espiritual y lo psicológico?
—Es un componente más para quien quiera indagar sobre eso. Así como tenemos un cuerpo tenemos mente, emoción y espíritu. Es la vocecita que me dice: “No, quedate acá.”

—¿Qué relación tiene al momento de abordar una disfunción o desintegración?
—Puede haber interferencias espirituales a nivel psicológico, que la psicología no alcanza, como también hay otro tipo de trastornos que necesitan de la apoyatura de medicación o una terapia alternativa. Cada caso y cada persona es un mundo, y tal vez lo que es bueno para una, no lo es para otra. Depende de su momento vital.

Adiós al reloj

—Una de las técnicas que utilizás son las constelaciones familiares: ¿Qué te sucedió la primera vez que constelaste?
—Era una persona muy, muy estructurada –y lo sigo siendo aunque no tanto– y a partir de allí llegaba tarde a todos lados. Fue muy fuerte, como que había perdido el reloj, la agenda, todo…

—¿Cuándo entendiste por qué funcionan las constelaciones?
—En el mismo momento en que una terapeuta hizo un movimiento constelatorio conmigo y dije: ¿Cómo es que este almohadón no es lo mismo que éste, si son iguales?

—¿Qué argumentarías si tuvieras que convencerme de que funcionan?
—Decirte, nada, te propondría probar, porque no pasa por la palabra sino por la vida en sí. Nada de lo que te diga te terminará de convencer, lo tenés que sentir. Se entra con una imagen congelada, la película comienza a correr hasta que todas las personas o involucrados dentro de la constelación encuentran un mejor lugar o su justo lugar, y para eso vos también te moviste. Ahora, si fuiste para correr al resto, lamento decirte que el primer que terminará corrido es el que va. De todas formas no es una técnica correcta para todo el mundo, todo el tiempo, tiene su límite y su alcance.

—¿Qué dirías si tuvieras que argumentar para quienes están leyendo?
—Que es un cambio profundo en el alma y que como todo cambio, va por capas.

Lo que te puedo asegurar es que no sos la misma persona antes y después, hay experiencias mejores y otras que no fueron tan buenas, aunque para mí todas fueron las que tenían que ser. Cada vez que lo hago, es cambiar la forma en que me miro y miro a los otros.

—¿Otro impacto así como el que me mencionaste de la puntualidad?
—Cuando se constela no hay nada previsto y tampoco se puede prever en cuanto a los efectos. Vas con un tema y ¡agarrate!, sale lo que tiene que salir y que muchas veces no coincide con lo que uno piensa. Es como la noche oscura del alma o la Caja de Pandora.

Un Tarot femenino

—¿También utilizás el Tarot?
—Sí, el Tarot madre paz.

—¿Cuál es la diferencia con el de Marsella?
—No lo sé porque manejo este y al otro no lo conozco mucho. Este tiene una impronta más femenina y fue creado por Vicki Noble, las cartas son redondas porque habla de que todos somos pares y no como en el marsellés que tiene arriba y abajo. Es un tarot de autoconocimiento y de integración. Lo que tienen en común todas estas técnicas es integrar para aceptarme y transformarme, como la mariposa. Hasta que no termino de aceptar no me puedo transformar.

—¿Lo utilizás para diagnóstico?
—Depende de la persona y de lo que está buscando, no cualquier técnicas es para cualquier persona. Diagnóstico con el Tarot no he hecho, aunque es una herramienta que utilizo en el taller de sueños para integrar.

—¿Y el dispositivo “Encontrarnos para celebrar”?
—Está en creación y trabajamos con las técnicas que hemos charlado, sean sueños, lectura del aura, Tarot madre paz, visualización con los ancestros, meditaciones, lectura y debate, todas destinadas a integrarnos para aceptarnos y estar mejor –y que aparecen en la página Adriana Retamoso. Experiencias de Transformación.

—¿Qué notás actualmente, comparado con las primeras prácticas y atenciones que realizaste? ¿Hay algo distinto que predomine?
—Hoy las personas tienden a llegar a la consulta con un mayor sufrimiento. Es tanta la vertiginosidad del tiempo y el trabajo, que se van dejando y postergan el autocuidado. Todo ayudado por la inmediatez de la pastillita –que lo calma y tapa un ratito. No veo tanta diferencia con lo que acontecía antes, aunque los tiempos se aceleran y las personas están con más actividades que le impiden conectarse con sí mismas.

—¿Cuáles son las causas de la desintegración de las personas?
—Viene de lejos –cuando nos separamos de la Naturaleza y comenzamos a creer que somos dueños del planeta– y no tiene que ver solamente con el aquí y ahora. La cuestión es utilizar las herramientas de la época para poder comunicarnos y no estar más alejados, lo cual se produce porque nos alejamos de los ciclos naturales.

—¿Hay una mayor permeabilidad a aceptar estas fuentes de conocimiento de las cuales hablábamos, en el ámbito académico clásico?
—Las personas buscamos lo que sentimos internamente que nos produce un cambio. Más allá de que se descarte desde lo racional, ese registro está, y las personas se animan a probar, ver cómo están otras personas que probaron, lo cual es un efecto cascada. Igualmente, no es para todos, cada uno tiene que sentir si lo integra o no.

Los sueños, ¿sueños son?

La atención de la licenciada Retamoso sobre sus propios sueños fue prematura y cargada de una fuerte intuición. Claro que el encuadre de entendimiento más ajustado lo logró muchos años después con una formación específica. Hoy, ese material –los sueños– son la materia prima con la cual se trabaja en los talleres que ofrece.

—¿Los sueños que tenías cuando niña y adolescente lograste entenderlos desde el enfoque freudiano o desde otra mirada?
—Desde otra mirada, desde la Gestalt y la espiritualidad. Quienes me guiaron en el camino de descubrir el mensaje de los sueños fueron Silvana Ansaldi y Ernesto Vitale.

—¿Adoptaste este conocimiento como una técnica propia?
—Sí, está en mi “botiquín de primeros auxilios” y para las personas que quieran venir, también. Hay un taller que se llama Sueños mensajes del ser –que se inicia el sábado 28– y no es requisito estar soñando, porque luego comienzan a hacerlo. Los sueños han tenido un impacto muy impresionante en mi vida, en cuanto a los mensajes.

—¿Siempre confiás en esa información?
—Me han llevado hasta donde estoy así que… (sonríe). En ellos nos habla nuestra verdadera esencia de ser y en esa obra de arte no solo describe el conflicto por el cual estamos pasando sino la forma para atravesarlo. El sueño es una energía sutil así que es una llave con la cual abrimos y no sabés dónde irás. Siempre está el nudo de lo que la persona tiene que trabajar para integrarse. No hay ni bien ni sueños feos, soy yo, todos tenemos aspectos luminosos y oscuros, y mientras más conciencia y equilibrio haya sobre esto, menos lo actúo sin conciencia.

—¿Los sueños, generalmente, se llevan mal con el lenguaje y el diálogo de la mente?
—Es un tiempo hasta que aprendemos a dejar de juzgar mentalmente. Al sueño hay que trabajarlo y luego decir si fue o no horrible. No tienen una lógica temporal ni espacial.

—¿Qué devoluciones encontrás en esos encuentros?
—Siempre quedo muy agradecida y sorprendida por las devoluciones de lo que se llevan las personas. Algunas han dicho que aprendieron a escuchar su cuerpo y que logran una apertura de conciencia que no tenían, no sabían usar o decodificar esa herramienta que está en ellas mismas. En el taller de sueños es mala palabra todo lo que me quejo del otro, porque eso es nuestro. Y cambiamos el “por qué” por el “para qué”. Hay mensajes no solo en los sueños sino en la energía.

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