¿Es su hijo un tirano?

Hay familias en las que pareciera que los niños son los que mandan en casa: dan órdenes, no siguen normas, cumplen sus deseos a toda cosa e, incluso, pueden maltratan física y psicológicamente a sus padres. 

Algunos expertos los llaman niños caprichosos, mandones o simplemente con trastornos de comportamiento. Otros autores creen que se trata del síndrome del emperador o niño tirano. Pero, ¿qué son en realidad? 

Para la psicóloga clínica y psicoterapeuta María Carolina Sánchez Thorin, “no se debe crear un diagnóstico de una situación que es diferente para cada niño. No lo llamaría el Síndrome del niño tirano ni emperador, sino que se trata de entender qué le pasa a una familia, en donde aparentemente los niños son los que tienen el control”. 

Según ella, el término psicológico se llama la omnipotencia infantil. Y se basa en que, desde que el niño es bebé, los estándares de crianza o la forma como se ha relacionado con las figuras de apego está basada en el principio del placer. Entonces, “el niño siempre va a esperar que se cumplan sus deseos, no hay frustraciones. Y esto no es un síndrome, sino tiene que ver con la crianza, con padres que, muchas veces con razones de culpa, sienten que tienen que satisfacer al niño”. 

Para María Alexandra Nova Pineda, psicóloga clínica, especialista en el tema infantil y adolescente del Servicio de Atención Psicológica de la Universidad Nacional de Colombia (SAP), el fenómeno hace parte de una serie de comportamientos repetitivos, caracterizados por la dificultad para asumir retos, seguir instrucciones, acatar los límites puestos por los adultos e, incluso, por sus propios compañeros. 

“Son explosivos, buscan siempre ser persuasivos en sus caprichos, desafían a los adultos. En casos más aberrantes y avanzados en edad, son niños que incluso llegan a maltratar a sus propios padres”, señala. 

Pero, según su conocimiento, “al equipararlo a una categoría de diagnóstico como tal, de pronto esto del síndrome no existe como tal, sino que es un trastorno posicional desafiante. Por su puesto que tiene criterios muy precisos”. 

Edades y características 

Desde los 2 o 3 años se puede empezar a ver comportamientos que uno puede definir como desafiantes en los niños. Sin embargo, para un diagnóstico como tal se puede hablar de 7 u 8 años, indica la especialista Nova. 

Para Sánchez Thorin, entre los 2 años y medio y los 3 se pueden identificar estos patrones de conducta. Pero la relación o el tipo de crianza se fomenta desde el primer momento con el bebé. 

Ahora, la características de estos niños, agrega la experta, es que son obstinados, exigentes, absorbentes, quejumbrosos, tienden a interrumpir, a invadir los espacios de los padres. “Los niños son narcisistas, pero en estos niños se ve que, en la medida que pasa el tiempo, sigue habiendo un patrón narcisista en donde solo importo yo. Es decir, hay una dificultad de entender o ponerse en los zapatos del otro”. 

Cabe anotar que siempre debe existir, entonces, una diferencia entre comportamientos normales y unos clínicamente significativos. Las pataletas y berrinches pueden ser comunes. Cuando el niño se puede contener de alguna manera y cuando se da en situaciones específicas y no es repetitivo. Es un asunto normal y hace parte del ajuste del desarrollo. 

Pero, es disfuncional, dice Nova, cuando son niños que tienen llamados de atención permanente, en el colegio, no siguen instrucciones, no acatan normas, acusan a los otros de lo que han hecho, no asumen responsabilidad, son rencorosos, vengativos, coléricos, que explotan muy fácilmente, que terminan haciéndole daño a los demás y discuten con los adultos. 

Causas 

La psicóloga María Carolina Sánchez enfatiza en que es muy importante no hacer énfasis en el niño, sino en la relación con los padres. Es decir, estas situaciones están muy relacionadas con la crianza que los progenitores les han dado y la incapacidad de enseñarles a tolerar la frustración. 

“Los papás de estos niños, generalmente, en términos de la crianza son a los que les cuesta trabajo establecer límites, poner reglas claras. No son consistentes a la hora de poner normas, de imponer ciertos castigos. Son personas que, muchas veces, ante una rabieta o una dirección del niño, pueden no actuar porque, por ejemplo, están en público. Entonces, por la vergüenza, dejan que el niño haga lo que quiera o ceden a lo que les pide, pero seguramente en casa sí habrá castigo. Es falta de consistencia muchas veces equivocado acerca de qué es importante y qué no”, afirma la psicóloga del SAP. 

Pero, a veces hay padres que obvian la situación y quieren negarla a toda costa para evitar problemas con sus hijos. 

La condición  puede tener relación con la culpa de padres ausentes que tratan de compensar el tiempo, o que tienen pequeños enfermos y sienten que deben darle todo siempre, y que ponerles límites o normas es agresivo, los va a traumatizar o a frustrar. 

Ahora, María Alexandra dice que el padre permisivo tiene relación con la condición del niño, pero hay otros componentes: el biológico y el temperamental: “Hoy día se habla que el temperamento tiene un componente altamente biológico y que necesariamente viene a ser orientado por el ambiente, los padres, los profesores, las personas a cargo de la supervisión del niño. Pero en lo biológico pareciera haber una predisposición a que hay temperamentos que son más o menos fuertes”. 

Soluciones 

Es muy importante la autoridad bondadosa, firme. A mayor autoridad, menos necesidad hay de castigar. Ni los castigos ni los premios son una forma efectiva de crianza –aconseja Sánchez Thorin–. Es importante que haya normas claras, que se pueda establecer en la familia cuáles son las reglas y el niño sea partícipe de estas. 

Pero siempre la situación se puede revertir. Depende del nivel de disfuncionalidad que exista. Hay casos en los que seguramente, agrega Nova, además necesitan intervención psicoterapeuta. Pero muchas veces los padres asumen que todo se da porque el niño no hace las cosas porque no quiere, porque es caprichoso, por las razones que sean, “pero en un análisis, dentro de contexto clínico y terapéutico, se halla que los niños carecen de ciertas habilidades para solucionar problemas, de la vida diaria, en las relaciones sociales, entonces hay es que enseñarles. Es importante el trabajo con los niños y los papás; seguramente será necesario el trabajo en otro contexto; en el colegio, por ejemplo”. 

En este sentido, es importante que el jardín o colegio conozca la situación de la familia. Generalmente la institución lo nota porque, en situaciones de grupo, dice María Carolina, “son niños intolerantes, quieren todo para ellos. Y es importante que los padres aseguren que el centro educativo tendrá una comunicación clara con el hijo y van a usar estrategias en equipo para afrontarlo”. 

Ahora, hay situaciones que se salen de control, como la agresividad física y las groserías hacia los padres. En estos casos, vale la pena pedir ayuda. Aunque estos comportamientos se presentan más en la adolescencia si no son tratados a tiempo.

Por otro lado, la especialista Nova enfatiza en algo muy importante y es en la atención positiva hacia los niños. Tanto ellos como sus padres vienen en una oleada negativa. Los adultos, ya saturados por el comportamiento de su hijo, aprenden a señalar todo lo negativo y todos los niños siempre tendrán algo de positivo. Entonces, explica, una manera de ayudarlos a adquirir y moldear esas habilidades de las que carecen, es investigarlos, tratar de encontrarlos haciendo cosas positivas y resaltarlo en ellos. 

El niño también se puede acostumbrar a recibir un castigo para llamar la atención, tanto que ya llega a un punto en el que este no surge ningún efecto. Y más que eso, es enseñarles que los actos tienen consecuencias tanto positivas como negativas y que el castigo esté relacionado con la falta cometida. Por ejemplo, dice María Alexandra, “hay niños que le pegaron o le dañaron algo a otro. El castigo es, por ejemplo, no ver televisión, y ¿qué tiene que ver esto con haberle roto el cuaderno al amigo? Hay que orientarlo es a ayudarle a reparar el daño que hizo. 

Entonces, a los niños hay que orientarlos con amor y, aunque un padre nunca quiere afectarlos ni crearles necesidades, es importante que ellos sientan frustraciones y logren valorar los aspectos tanto físicos como emocionales y afectivos. 

Si no se trata a tiempo… 

Los efectos pueden ser complicados. “Un niño, que ha crecido sin límites, va a tener dificultades escolares porque la escolaridad implica frustración. En términos más serios, podríamos hablar que cuando uno ve los perfiles de adicciones de adolescentes y adultos jóvenes son personalidades que difícilmente fueron frustradas cuando niños”, dice Sánchez Thorin.

Pueden volverse adultos tiranos, maltratadores de su pareja, entonces, sufrirán dificultades que va a traer a nivel emocional y afectivo. Y, a nivel laboral, si no se saben manejar sacrificios y frustraciones, puede haber dificultades importantes. 

La doctora Nova dice que es posible que un trastorno desencadene otro hasta sufrir graves problemas de conducta. 

¿Un síndrome? 

El doctor Vicente Garrido, en su libro Los hijos tiranos: el síndrome del emperador, dice que “este síndrome es el cuadro que se caracteriza porque el hijo abusa de los padres (madre, más habitualmente) sin que haya causas sociales que lo expliquen, y estos no han sido negligentes; es decir, aunque no hayan sido unos padres ‘perfectos’, le han tratado con un amor y atención al menos básico que bastaría para que todos los niños sin tal síndrome crecieran como personas no violentas, al menos con ellos (ya que es mucho más difícil ser violentos con los padres que con cualquier otro)”. 

Según su publicación, hay tres claves fundamentales para saber si el niño es un ‘pequeño emperador’, y que generalmente se observan en la segunda infancia (6-11 años). Primero, una incapacidad para desarrollar emociones morales (empatía, amor, compasión, etc.) auténticas; ello se trasluce en mucha dificultad para mostrar culpa y arrepentimiento sincero por las malas acciones. 

Segundo, cita el libro, una incapacidad para aprender de los errores y de los castigos. Ante la desesperación de los padres no parece que sirvan regaños y conversaciones: él busca su propio beneficio, parece guiado por un gran egocentrismo. En tercer lugar, conductas habituales de desafío, mentiras e incluso actos crueles hacia hermanos y amistades. 

Generalmente, esto se manifiesta de modo intenso en la preadolescencia o adolescencia, aunque aparezcan los anteriores indicadores en el pasado.

 

 

 

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