Una psicóloga española explica que la desobediencia, que tiene lugar entre los dos y tres años, es normal y destaca la importancia de reforzar la atención positiva.
29 de abril de 2015 por Staff Sexenio
Fotografía por: Especial
Monterrey, México. Durante la etapa de la 'terquedad', que tiene lugar entre los dos o tres años, el niño necesita retar a los padres para avanzar en su desarrollo y alcanzar su independencia, lo que, a veces, genera conflictos "que son normales".
De acuerdo con una publicación del diario estadounidense The Washington Post, en esta etapa con cambios madurativos se producen alteraciones en el comportamiento. Según ha explicado la psicóloga infantil Esther Egea, esta es la fase del no o "déjame a mí"; sin embargo, si estos conflictos son muy frecuentes y se convierten en un patrón de desobediencia diaria, a la que saca partido y en la que los padres pierden el control, "estaríamos hablando de un problema que necesita ser tratado".
"Muchas veces depende del temperamento del niño, también puede deberse al estrés familiar que produce una separación o a un conflicto entre los padres", por lo que "la disciplina errática, la permisividad de los padres o, por el contrario, un estilo autoritario, genera en el niño un punto de defensa y surge la lucha de poder".
La desobediencia "es normal" en el desarrollo de la persona "pero si nos metemos en un patrón, con una intensidad y frecuencia alta, implica que no es un desarrollo normal y sano, y los padres tienen que aprender que si se ceden día tras día a la rabieta de un niño, al día siguiente el problema es más grande".
A juicio de la psicóloga, "es un error atender excesivamente su comportamiento", hay que canalizar esa energía "hacia lo positivo", limitar las órdenes, desarrollar un plan "consensuado y sistemático" con la pareja sobre qué hacer ante una rabieta, establecer unas normas de convivencia en casa. "Es muy difícil que un niño con rutina, reglas y normas de conducta se porte mal si sabe lo que tiene que hacer", ha enfatizado, tras lo que ha querido dejar claro que disciplinar "no es castigar".
Una disciplina que proviene del castigo "puede ser peligrosa", ha proseguido, "no nos podemos acordar de la disciplina cuando estamos agobiados o enfadados porque no somos razonables ni modelos para nuestros hijos sobre cómo resolver situaciones".
El niño tiene mucho poder, "lo que quiere es que le presten atención y si entiende que portándose mal tendrá a los padres encima es lo que hará, por lo que debemos invertir esto trabajando en la atención positiva, pillarlo portándose bien, decirle lo que se espera de él", a fin de que "entienda que también estamos disponibles cuando se porta bien".
"Hay que establecer unas normas, explicarles lo que esperas de ellos y que si incumplen las normas, hay consecuencias, pero sin miedo a castigar, haciéndoles ver que si hacen las cosas, estaremos contentos pero si no lo hacen, son ellos los que pierden, sin gritos. Educar no es gritar", manifestó en una entrevista concedida a Europa Press.
Con información de The Washington Post