J. M. Coetzee y Arabella Kurtz
El buen relato
Random House, 2015
182 páginas
En 2008, Arabella Kurtz, psicóloga clínica de la Universidad de Leicester, interesada en la obra del premio nobel de Literatura J. M. Coetzee y, en particular, la manera como este “logra mostrar estados mentales extremos y complejos”, le propuso entrevistarlo frente a un público para que hablara de su trabajo literario desde una perspectiva psicológica. Coetzee gentilmente rechazó la propuesta pero aceptó que tuvieran una conversación a través de correo electrónico, lo cual le dio origen a este libro, un diálogo abierto y poco frecuente entre una psicóloga y un escritor sobre la verdad, la ficción y la terapia psicoanalítica, entre otros temas. Advierten sus autores al comienzo: “La correspondencia que sigue se basa en la premisa de que el psicólogo se puede beneficiar de explorar su práctica terapéutica en compañía de alguien que no pertenezca a esa disciplina, en este caso un escritor y crítico literario provisto de una disposición favorable”. Valga aclarar que la primera parte del debate se publicó en la revista Salmagundi con el título ‘Aun así, yo simpatizo con los Karamazov’ y El buen relato, el libro que nos ocupa, es la segunda parte. Por supuesto, no es necesario haber leído la primera para tomar el hilo del interesante diálogo interdisciplinar.
Desde Platón, a los creadores se les ha acusado de no ser fieles a la verdad sino a su propia verdad, que se rige únicamente por criterios estéticos. “El meollo de la acusación que les hace Platón a los poetas es que, cuando hay que elegir entre verdad y belleza, ellos se muestran dispuestos a sacrificar la verdad. El meollo de la defensa de los poetas es que la belleza constituye una verdad en sí misma”; dice Coetzee que en esa disyuntiva, se declara a favor de las versiones propias de la verdad, vale decir, a favor de la literatura. ¿Le sirve eso al paciente? ¿Le basta con una historia de su vida que le permita vivir en forma adecuada o debe buscar la historia verdadera? Para Arabella Kurtz, si bien la terapia libera la imaginación narrativa –con dificultad, a causa de la represión– y no es malo contentarse con una versión que funcione, desde su experiencia, la verdad es lo que funciona: “No puedo aceptar la oposición entre utilidad y verdad que estableces en tu razonamiento”.
Van surgiendo las diferencias que no se zanjan -quedan planteadas como preguntas- y que vuelven de nuevo en un diálogo abierto y variado: el poder curativo de las historias, el autoexamen, la psicología individual y de grupo, la nación de colonos en la que los hechos violentos de los antepasados hacen parte de la historia nacional y Austerlitz, la novela de Sebald, por cierto, uno de los mejores momentos de la conversación. Dice Arabella Kurtz: “¿Qué mensaje me transmite a mí ‘Austerlitz’? Pues el siguiente: que por supuesto que todos tenemos montones de limitaciones y achaques, debilidades y puntos ciegos que dan forma y distorsionan lo que somos capaces de ver de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. Pero tal vez lo notable no sea que nuestra versión esté restringida, sino que podamos ver algo”.
Literatura y psicoanálisis, un viejo tema que parecía haberse ido con el siglo XX, vuelve a tomar relevancia con una psicóloga de vocación interdisciplinar y un escritor que se ha caracterizado por hacer del pensamiento un protagonista principal de su obra. A lo largo de sus estudios psicoanalíticos, Freud siempre tuvo en cuenta a autores como Sófocles, Dostoievski y Goethe. O más aún: los consideraba sus precursores. Lo anterior, sumado a su gran estilo, hizo que en los últimos años se le haya visto más como escritor que como científico. Una etiqueta con cierto tufillo peyorativo. Por eso, la conversación entre Arabella Kurtz y Coetzee, que a algunos les parecerá algo retro, nos viene a recordar que todavía el psicoanálisis y la literatura pueden seguir enriqueciéndose. Y que a través del correo electrónico se pueden desarrollar conversaciones profundas.