Ayer se sumaron más testimonios en lo que resultó el tercer episodio judicial en torno al debate oral y público que lleva adelante el TOC 1 que determinará la suerte procesal penal de la psicóloga Daniela Lezcano, imputada de manipular dibujos de una menor y faltar a la verdad en torno a lo que se presentó como un caso de abuso infantil.
Los nuevos protagonistas que desfilaron frente al Tribunal transitaron por el mismo sendero que las anteriores alocuciones. Profesionales de la psicología dando su parecer respecto al caso en que intervinieron y las sensaciones de integrantes del seno familiar que vivenciaron el controvertido suceso que quebró sus vidas a partir del anuncio de aquella develación presunta de la niña y la confirmación de su terapeuta, la licenciada Lezcano.
Clave resultó entonces el comparendo de la psiquiatra infantojuvenil María Adriana Castorino, quien precisamente resulta la terapeuta de la niña hasta estos días desde una vez desatado aquel infierno de una denuncia que finalmente fue desestimada porque la propia niña diría que no era cierto lo que había dicho y que aún hoy no entiende “porqué Daniela le dijo que dijera eso contra su papá”.
Especial atención prestaría la licenciada sentada en el banquillo de los acusados, quien aportaba preguntas y observaciones a su defensor Carlos Zimerman para que retransmitiera a la testigo. Primero a Castorino y luego, a la psicóloga del Juzgado de Familia, María Cecilia Dupleix, quien frente a su primer diagnóstico constató indicadores de abuso y por ello se activó la restricción de contacto con el progenitor. Aporte del que se toma Lezcano y su defensor para intentar avalar que lo que ella había confirmado no estaba errado.
La intervención de la psiquiatra Castorino sucedió a mediados de junio, tras una consulta de la mamá y la abuela que dudaban de aquella sentencia de Lezcano –sobre el abuso- y necesitaban otra consulta, otra voz que aportara al delicado asunto que los había dejado descolocados a todos y ponía en riesgo a una niña de por sí convulsionada por las experiencias de violencia que había sido testigo entre sus padres y el traslado de conductas antisociales con sus pares ya en la escolaridad.
Como diagnóstico, la profesional definió al cuadro de la niña como de un trastorno de ansiedad agudo intenso que podía responder a distintos factores de su personalidad, desde lo biológico hasta las experiencias de vida sufridos, aunque fue clara al responder que no tenía por qué estar ligado a un presunto abuso.
Allí entonces ahondaría en cuando la mamá le dijo que la niña le había confiado que lo denunciado contra su padre no era cierto. Desde allí, reseñó Castorino, la próxima entrevista la encontró a la menor más aliviada. Hasta que en una próxima entrevista la propia niña se lo contaría a ella, que se sentía mal porque dijo cosas que no eran ciertas de su papá. Dichos que repetiría en sucesivas sesiones a lo largo de los años: “Daniela le dijo decir cosas y hacer dibujos que no quería”.
A la hora de trazar una evaluación psicopedagógica la profesional aludió a un déficit global cognitivo a resultas del cuadro de estrés que sufría la menor, además de las citadas razones biológicas.
Detalló sobre los claros síntomas que la niña presentaba en cuanto al trastorno de ansiedad. La falta de concentración, no poder estar quieta por un par de minutos, llevarse cosas a la boca, y demás. No en vano, la psiquiatra buscó clarificar sobre sus conceptos con un ejemplo de lo que se vivenció en una de las sesiones. En una especie de juego de roles la nena hacía de una bebé y le pedía a la profesional que hiciera de mamá, a la que pedía que se peleara con su papá.
A preguntas directas del fiscal Marcos Eguzquiza, la psiquiatra respondía con claridad y contundencia. “¿La niña pudo haber sido influenciada por el papá para que cambie el relato?”, preguntó el fiscal. –No, dijo la profesional, para luego insistir en que a su entender por lo vivido con la menor no existió el abuso.
No fue tan certera a preguntas aclaratorias sobre un presunto episodio de corte sexual vivido con una prima mayor. Allí la testigo no supo ahondar ni siquiera lo destacó como posible elemento a tener en cuenta.
No por casualidad el Ministerio Público le preguntaría a la especialista si existía la especialidad en abuso sexual infantil (título que se arroga la licenciada imputada) a lo que Castorino dijo desconocer especialidad alguna en la materia.
Un diagnóstico presuntivo
Importante también sería escuchar la palabra de otra profesional, la psicóloga Dupleix del Juzgado de Familia, quien protagonizó cuatro entrevistas con la niña al momento de la denuncia inicial y, a partir de su diagnóstico, se libró la orden de restricción al progenitor ante la necesidad de proteger a la menor frente al posible delito de abuso.
A priori, la psicóloga trazaría un similar diagnóstico sobre los síntomas que presentaba la chica, acerca de una niña muy ansiosa, inquieta, dispersa, a la hora de protagonizar las entrevistas.
Sí la profesional ratificaría lo expuesto oportunamente en el expediente. A su criterio había indicadores de abuso, a partir de los propios dichos de la niña, quien dijo que “papá me chupó la chuchi” o “papá me chupó el pilum”, aunque aclaró que de todas las sesiones mantenidas la niña no se salía de aquella frase, no ahondaba en más detalles, para luego explicar que lo suyo respondía a un diagnóstico presuntivo, que ellos tomaban una medida en pos de preservar al niño y luego era menester de la justicia investigar la posible comisión del delito y profundizar en los dichos de la niña, vía cámara gesell.
El fiscal le preguntó sobre su informe acerca de un relato coherente cuando claramente la niña cambió sus palabras a la hora de nombrar sus genitales, a lo que la profesional aceptó que la niña no hacía distingos en ese aspecto.
También a repreguntas de las partes, la psicóloga reconocería que pasado el tiempo aquellos síntomas podían tener que ver con un estado de violencia que vivía la niña.
Un sobre sugestivo
Frente a la participación de la testigo volvería a flotar en el ambiente de la sala la rara sensación y duda que generó la curiosa participación de la consejera de familia Alicia Trucci, quien frente a los jueces dijo no tener trato con Lezcano cuando los padres de la niña escucharon sus conversaciones telefónicas.
A más datos, ahora surgiría otro sugestivo dato: al tener que entrevistar a la niña, Trucci le acercó a la psicóloga un sobre de color madera que desconocía su procedencia y por qué había llegado a su oficina, aunque estaba dirigido a ella. La psicóloga lo recibió y se trataba de los “famosos dibujos” que presuntamente había realizado la niña a la licenciada.
La testigo no supo explicar a qué respondía que le hayan acercado dicha correspondencia y que no era normal esa situación. Igualmente respondió que en su caso como profesional “no condicionaría a un perito”, entendiendo que pudo haber tenido que ver con ello.
Capítulo cerrado para los profesionales intervinientes. Para la acusación quedó en claro que con los elementos de prueba resulta suficiente para seguir adelante y ya pensar en el alegato por venir. Para la defensa, ardua tarea le queda para intentar revertir lo que hasta aquí parece un desenlace anunciado. Sólo resta escuchar –mañana a la misma hora y en el mismo lugar-, un par de familiares más y a la mismísima Lezcano, tal vez la última carta para cambiar su propia suerte.
Una familia rota
Tras el aporte de los especialistas pasaron a declarar el abuelo materno y la abuela paterna de la niña involucrada, quienes a sus modos y sus formas detallaron sobre sus sensaciones por lo que resultó semejante noticia de parte de la psicóloga que los había citado. Que su única nieta había sido abusada por el papá.
El hombre, más rústico a la hora de describir lo vivido, se limitó a indicar que por dichos de su mujer sabía de cierta relación violenta de su hija con su yerno, pero que nunca había escuchado sobre abuso. Confió en que cuando supo del presunto episodio y lo que estaba padeciendo su hija como su nieta se le cruzó acometer contra quien era señalado como el responsable, “pero por suerte no lo hice. Me limité a hablarle en alguna oportunidad para que entendiera que se había separado de mi hija y que la dejara tranquila, nada más”, recordó.
A preguntas del fiscal, el hombre respondió sobre los dibujos que en aquella noticia les mostró la licenciada. Respondió que a su criterio “así no dibujaba mi nieta”, añadiendo que la niña acostumbraba a dibujar con su esposa cuando la tenían a su cuidado.
Más sensible y consternada resultó la abuela paterna, quien no sólo sufrió por lo que presuntamente había padecido su nieta sino porque además el responsable era su hijo. “Quedamos anestesiados”, recordó, aclarando que “nunca creyó que su hijo podía hacer semejante cosa, para luego responder la pregunta del juez Echeverría sobre las causales que habrían llevado a que la psicóloga hiciera lo que hizo. “Ojalá supiéramos por qué. Con qué finalidad lo hizo”, dejando entrever que deseaba que aquí, en este juicio quede esclarecido.
Cerrando, la mujer habló de la estrecha relación que tuvo y tiene con su nieta, y de los difíciles momentos que vivieron en medio de aquella denuncia y la restricción de acercamiento, mostrándose conmovida por aquellos tiempos que los días, los años, pelean por superarlos. A ella también –confió- a veces la niña le suelta en medio de una charla: “no sé por qué Daniela me dijo que dijera eso”. Algo que hasta aquí nadie pudo explicar más allá de que se la está ventilando en el juicio. Tal vez Lezcano el jueves lo explique.